Hay una pregunta que me ronda cada vez que veo a alguien anunciar con fuegos artificiales su nueva startup en LinkedIn: ¿estás construyendo una empresa o te estás montando una jaula con wifi y máquina de café?
Porque, ojo, no es lo mismo.
Nos venden el pack fundador como si fuera el Everest de la autorrealización: libertad, flexibilidad, “sé tu propio jefe”. Pero luego te ves contestando emails a las 2:17 de la mañana, con la espalda encorvada como un signo de interrogación y el móvil pegado a la almohada, por si acaso. Y claro, te preguntas:
¿esto era la libertad?
Yo mismo he caído en la trampa. He montado empresas pensando que iba a ser el Indiana Jones del emprendimiento y he acabado siendo el vigilante nocturno de mi propio zoo. Porque nadie te dice que, cuando eres el jefe, los barrotes los pones tú. Y encima, los limpias.
La paradoja es brutal: nos obsesionamos con el crecimiento, con la ronda, con la métrica, con el “mañana será mejor”, y nos olvidamos de vivir hoy. Nos convertimos en hámsters con LinkedIn Premium, corriendo en la rueda de la productividad infinita. Y mientras, la vida, esa cosa rara que pasa fuera del Excel, se nos escapa por debajo de la puerta.
¿Solución? No tengo fórmulas mágicas, ni plantillas descargables. Pero sí algunas cicatrices.
La empresa perfecta no existe, pero la jaula perfecta sí.
Es la que te construyes tú mismo, con tus miedos, tus “tengo que”, tus “no puedo parar ahora”.
Quizá la clave esté en preguntarse, antes de registrar el dominio y pedir el logo: ¿para qué quiero esto? ¿Para sentirme libre o para sentirme importante? ¿Para diseñar mi vida o para decorar mi celda?
A veces, la puerta de la jaula está abierta. Pero cuesta tanto salir que preferimos quedarnos dentro, ordenando los barrotes.
Por si viene visita.
Así que, la próxima vez que te plantees crear una empresa, hazte la pregunta incómoda: ¿esto me acerca a la vida que quiero o solo me da una excusa para no vivirla? Porque, al final, la libertad no es un KPI. Es una decisión.
Y sí, lo sé. Es más fácil decirlo que hacerlo. Pero, al menos, que no digan que no lo intentamos. Aunque sea con la puerta entreabierta.